MARCOS 8
“Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos. Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.”
Marcos 8:22-26
Aunque eran multitudes con las que convivía Jesús todos los días, Él tarta a las personas de manera personal y única. Una vez más, conocidos de un ciego lo traen a la presencia de Jesús y le ruegan que lo toque para que pueda recibir sanidad. Jesús va más allá y con infinita paciencia y ternura, saca al ciego del medio del tumulto y lo lleva a un lugar más tranquilo para estar con él. Jesús pudo hacer lo que le pedían los conocidos del ciego y simplemente tocarlo, y que el ciego recibiera la vista, ¡claro! Jesús tiene ese poder, pero a Jesús le gusta conocer y tratar a aquellos a los que bendice. Así que este milagro también es diferente, Jesús al igual que hizo con el sordomudo, lo toca, toca sus ojos; tal vez para que el ciego supiera que estaba pasando y estuviera tranquilo, Jesús estaba en control de su situación. Y tuvo la suficiente paciencia para darle la certeza al ciego que había recobrado la vista totalmente.
Así es Jesús, ahora con nosotros, claro que obra en la congregación de sus seguidores, pero le gusta tratar con nosotros de manera personal y única. Él solo está esperando a que nosotros acudamos a Él, para tomarnos de la mano y guiarnos a un lugar más tranquilo, para estar con nosotros y bendecirnos.
Por lo tanto, pidamos a Dios nos otorgue un corazón dispuesto, para apartarnos del caos que nos rodea, y estar en su presencia, Él nos traerá sanidad a nuestro espíritu, y nos concederá la paz.
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